LA METAMORFOSIS Y EL MIEDO


Me he encerrado en mí, de nuevo, y mis pensamientos son carnívoros que me consumen, me llevan al abismo donde finalmente me envuelven.

Me siento llena de emociones que no quiero sentir y al mismo tiempo vacía de tener que sentir todo, y sentirlo todo para perderlo luego. Tengo en mí todo lo que podría desear, pero llenar este fracaso constante de quereres y sentires es maldito y a la vez perverso.

Me gusta hablar de mi vida con las personas que dicen saberlo todo, así me siento en compañía, así olvido las voces que me hablan, esas que me susurran, esas que me llevan a un caos infinito y mental, agudo y profundo, suave y eterno como es la vida; y, a deseos sueltos de querer destrozarme cada vez que escucho el murmurar del viento pidiendo que me suicide. Tengo miedo al mismo tiempo de la gente, de sus pensamientos, de tener que sentir sus emociones y sus dudas. Esto es absurdo, pero cierto. Me da miedo sentir el dolor ajeno y esa soledad que se siente contemplar como se llenan de mis palabras malgastadas que mueren de inquietud al ver mis emociones, esa sentencia que yo nunca he pronunciado, que yo nunca he recordado pero que viene a mí como metamorfosis y sueño en los ensueños.

A veces la vida me pone en un camino duro, pues no tengo dudas de que mi vida a veces es un desorden arreglado con flores. 

Le tengo miedo también a la vida, a la palabra y al miedo, puede ser sensato esto, puede ser loco y en ocasiones desacertado. 
Me gusta caminar de noche porque así no siento los ojos de la gente como antenas que me persiguen como baldes de agua que caen sobre mí y me estrujan, como punzones que se meten en mi cabeza y se convierte en jaqueca. 

A veces una mirada dice más de lo que podría expresar una palabra. Quiero saber si es verdad que los colores han desaparecido, si es verdad que al llegar a casa todo es gris y que el color azul ya no existe. Las voces me persiguen una vez más, en mi cabeza... y yo no los quiero escuchar. Una voz siempre me persigue y me susurra, como silva el viento, como musita la brisa y como gime el mar, así me persigue. Y me pregunto ¿seré yo la voz en mi cabeza? 

Me gusta hablar de mi vida cuando la gente no escucha, cuando la gente no siente. Pero sentir todo es un desperdicio apresurado. 

¿Acaso ha muerto la rosa del jardín dónde posaba la mariposa? 
Pues este jardín parece falto de algo, de una vida que ya trascendió al infinito, de un sueño que nunca se regó en su árbol... que nunca tuvo jardín, de un gusano que nunca se convirtió en mariposa. 

Me gusta hablar de mi vida, maldita y perversa, como algunos cuadros que he pintado. Me gusta contar mi vida a las personas que no escuchan, y no sólo porque no escuchan sino porque no tratan de comprender lo que mi mente enfrenta a diario... en cada cuarto, en cada pared en que plasmo mi vida, en cada cárcel a la que salgo sin barrotes, sin paredes, sin ventanas. Mis sueños y ese sin fin de ilusiones que mueren, a veces, en el viento.

Esta tristeza no tiene nombre ni siquiera un apellido. Esta tristeza no es de nadie ni es mía, no me pertenecen estas lagrimas que hoy brotan de mis ojos cafés, no es mío este desasosiego eterno que se plasma en las estrellas para ayunar en el mañana. No es mío este sueño de plenitud constante, este corazón bandido, esta vida envuelta, esta alma en la quimera. No son míos estos cuadros que pinto, no son míos estos pinceles llenos de sangre, llenos de arcoíris, no son mías estas indagaciones constantes del ¿qué seré?
Quiero dejar de sentir miedos ausentes, pensamientos perdidos, almas en mi recuerdo. Quiero dejar de velar mi propio sueño, quiero dejar de preguntarme sobre la vida, esta muerte lenta tan llena de estrellas.


~Verónica Rodríguez~

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